Desde que la crisis fue creciendo de forma imparable, políticos en el Gobierno y bastantes líderes económicos parecen competir en la difícil tarea de convertirse en heraldos de la ansiada recuperación, que en cualquier caso se reduce a los gastados brotes verdes o a una ligera reanimación de un sistema enfermo y averiado. Todos intentan tirar la pelota hacia adelante, hacia un futuro que pronto queda atrás sin que se cumplan las previsiones dmás optimistas.
Ahora se repite que se espera la buena noticia para fines de 2013, eso dicen que anuncian los indicadores avanzados del Gobierno. Es evidente que alguna se acertará y que un día u otro se saldrá del pozo en el que se ha instalado la economía española.De momento los datos no ayudan a confiar, si bien ya hay lecturas empeñadas en ver la parte llena del vaso, algo que por otra parte es profiláctico y saludable para el alicaído ánimo colectivo.
El canto al optimismo no es una obra coral, polifónica, pero algunos ya se atreven a escribir que después de una larga marcha de sacrificios se empezará a ver la luz. Está todo muy mal, pero también conviene reparar en las posibilidades y oportunidades para salir adelante, más allá del recurso de la emigración. España, que hoy ofrece una imagen negativa, alcanza records en visitantes turísticos, las exportaciones están aumentando y la competitividad crece. Cuatro de las entidades financieras más solventes del mundo son españolas, somos líderes en distribución y moda, muchas multinacionales españolas están en primera línea y el etcétera es amplio.
Las cosas no están bien, pero hay que evitar que la recesión nos deprima y nos mortifique colectivamente.
