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Dejando al margen Gran Bretaña, que es la madre del cordero, Europa sucumbe de forma casi humillante ante la cultura y los festivales de raíces anglosajonas. Nuestra sociedad está cambiando los crisantemos de la tradición de la jornada de los Fieles Difuntos por la parafernalia importada del Halloween, que algunos no dudan en llamar Jalogüin. Como es sabido. se trata del Carnaval de la Muerte, de recrear a los muertes vivientes a mayor gloria del comercio.
Durante unos días, los productos estrella han sido los disfraces de bruja, las calaveras de plástico, los ataúdes cartón piedra, las lápidas mortuorias de PVC, las sangrantes caretas y, de forma especial las calabazas, uno de los símbolos de la fiesta. Todo tiene un toque tirando a horroroso, pero la moda es la moda y se impone desde las guarderías, como si esta fiesta formara parte de los proyectos educativos con aire progre y moderno. Lo cierto es que a los muertos los explotan los muy vivos.

Buena parte de nuestra sociedad hace gala de un indisimulado antinorteamericanismo  y sostiene que Estados Unidos tiene poco menos que la culpa de todos los males del mundo, pero luego adopta con entusiasmo casi todo lo que viene del imperio, desde los pantalones vaqueros a la música, las hamburguesas, las bebidas de cola, etc. Así que no extraño que la América de Halloween, el terror con efectos especiales de cartón piedra, también se vaya abriendo paso sin problemas.
Va ganando terreno el dichoso jalogüin, algo que no asusta a nadie, entre otras razones porque nuestra sociedad está curada de espantos y ya no le queda sangre para el escalofrío.

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