Pueblan nuestro planeta 7.000 millones de habitantes. Con tantos millones de personas será necesario hallar y aplicar la medida de las coas justas, necesarias para vivir, incluso para subsistir, dejando fuera de la perspectiva económica lo superfluo, lo innecesario: lujos, vicios y caprichos. Con más de 7.000 millones, ¿qué ocurrirá en el futuro? Será algo que hoy no podemos casi imaginar.
Reflexionemos: ¿Nos comeremos este planeta como las hormigas a un gusano? ¿Se nos comerá la tierra cuando se enfade, cansada ya de nuestras salvajadas? Y entretanto ¿adiós al mundo rural y adiós al pasado? No conviene olvidar que un grano de trigo da una espiga con 30 granos, un grano de maíz da dos panochas, una pequeña patata nos entrega más de un kilo. Y así todos los frutos de la tierra. También la oveja, la vaca, la gallina, etc. La tierra es generosa aunque sufra la adversidad climatológica.
Un trabajador puede dar cien de rendimiento y le pagan diez. Justamente lo contrario que la tierra. El capital es insaciable y avaro. Los ahorros de un trabajador ¿cuánto dan de rédito? Y me planteo una pregunta ingenua: Para salir al paso de ese fenómeno llamado superpoblación, ¿sería utópico redistribuir la población mundial, hoy hacinada en las grandes urbes, y no hará más remedio que escuchar la llamada de la tierra despoblada? De una tierra que, a pesar del abandono a favor de la industria y del fracasado progreso, aún sabe cómo hacerlo para que no pase demasiada hambre la humanidad, lo que no sucede con el asfalto, donde todo funciona a base de dinero. Dinero en manos de unos pocos millonarios y banqueros.
