Una de las noticias de la campaña, todavía no iniciada oficialmente, es la paralización de la publicidad institucional, vetada después de una discutida deliberación por la Junta Electoral. Ahora los creativos tienen que efectuar un rápido rediseño o poner en marcha el plan B, para merecer la aprobación, antes de su difusión para movilizar al electorado. Ha sido una decisión discutible, pero la asepsia es difícil y la visión de la realidad depende del color del cristal con que se mira.
También es cierto que las campañas institucionales las encarga el gobierno de turno, lo que tiene su importancia. La neutralidad no es fácil y muchos mensajes e imágenes institucionales pueden interpretarse de forma partidista. Casi todos intentan arrimar el ascua a su sardina y esa crítica siempre está presente cuando se va algo más allá de la información del día de votación, de la petición de participación o de las normas para el voto por correo. Eso es lo que ha sucedido y no hay que darle más trascendencia.
Los mensajes de precampaña presentan la convocatoria con una trascendencia que supera la habitual de unos comicios autonómicos. La cita aparece con un aura histórica, como un punto y aparte, como si 25–N fuera un día que pasará a los anales de la política catalana. Esa es la estrategia de una parte, no de todos los partidos, y por eso se hila muy fino.
No está de más recordar que se está en precampaña, y que a estas alturas buena parte de la sociedad ya está cansada de un activismo agotador. El grado de participación servirá, sin duda, para medir qué porcentaje del electorado es sensible a la fiebre movilizadora que se respira.
