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Saldos

Los dañinos efectos de la burbuja inmobiliaria sobre la sociedad española son múltiples, intensos y están llamados a prolongarse durante mucho tiempo. Los desahucios forman parte de la cara negra de un desastre global. Las entidades financieras dedican ingentes recursos a cubrir los impagados impagables y a enmendar parte de sus propios errores. La borrachera de años atrás está causando serios estragos y la mayoría de promotores inmobiliarios han quebrado y han dejado un reguero de deudas y cuentas por pagar.
Bancos, y alguna excaja, que se han salvado de la quema, se han convertido en las mayores inmobiliarias. Tienen desde viviendas y apartamentos de campo y playa a hoteles, pasando por garajes, naves industriales y hospitales. Ladrillos de todos los colores, y suelo, mucho suelo por colocar. Tienen una inmensa red comercial, sus redes de oficinas, y muchos agentes incentivados para colocar el producto, con la ventaja de poder ofrecer precios competitivos y financiación completa.

El sistema está contagiado y quiere dar carpetazo a ese brutal cementerio de ladrillo en el que terminó la ambición del lucro sin fronteras. Ahora se ha puesto en marcha el penúltimo invento, el de dar carta de residencia a los que adquieran alguno de los saldos en venta. Todo por el ladrillo, todo para aliviar al banco malo, que es el exponente de lo que no debió hacerse.
Y todavía veremos cómo el banco malo procede a demoler muchas viviendas sin acabar y material invendible. Hay que quemar las cosechas que no encuentran salida, que consumen gastos de mantenimiento y deprimen el precio de lo que puede colocarse.

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