Dicen algunos políticos, y de distintos colores, que estas elecciones son poco menos que las más importantes de nuestra historia. Una exageración. Estos planteamientos tan maximalistas recuerdan el ambiente con que se rodean los llamados encuentros futbolísticos del siglo, que suceden en diversas ocasiones cada temporada. Antes de estas elecciones hubo otras y, como es de suponer que la democracia no será un paréntesis, volveremos a ser convocados a las urnas cuando toque o cuando así lo decidan los políticos de turno.
La campaña ha sido tan larga y tan polarizada en el tema soberanista, que la mayoría de la sociedad da muestras de cansancio. En un año, año de crisis muy dura, además de las generales, se han sucedido las autonómicas de Andalucía, Galicia, País Vasco y ahora las de Catalunya, lo que no es poco. Cada campaña, tiene un antes y un después, y en ese período la toma de decisiones se dilata y todo se complica. Así que más que un día refexión es un día de descanso, tanto para los protagonistas de las campañas como para los destinatarios de ellas.
Hay varias cuestiones por decidir, por más que los sondeos marquen las tendencias de fondo. Una es el grado de participación de los electores; está por ver si la fuerte movilización social anima a que la gente acuda a las urnas con más entusiasmo que otras veces o si se confirma ese inquietante desentendimiento de los asuntos públicos.
No estamos ante la mayor ocasión que vieron los siglos, pero es una cita muy importante para el futuro de todos. Conviene que todos demos nuestra opinión y que aportemos nuestro grano de arena, nuestro voto.
