Los resultados del 25-N obligan a profundizar en las causas de los éxitos y fracasos de las diferentes campañas. A la luz de lo que dieron de sí las urnas, la voluntad del pueblo, es CiU la que debe situarse en una posición más autocrítica. Otros también fracasaron, como el Psc, pero su caída estaba tan descontada que su resultado se ha interpretado como un mal menor.
Parece claro es que los estrategas y la inteligencia de CiU incurrieron en un error de cálculo. Si hubieran imaginado que el resultado podría ser el que fue, no hubieran planteado un adelanto electoral. Nadie convoca elecciones para quedar peor de lo que estaba; así que la expectativa era mejorar, alcanzar una mayoría excepcional. La manifestación del 11-S confundió a los propios y alertó a los que no pueden calificarse de extraños. Lo que era un espejismo se pensó que era el paisaje.
Esta campaña de CiU, más de Convergència que de Unió, mucho más de Mas que del mudo o silenciado Duran, fue monotemática, centrada en el eje soberanismo-independentismo, una meta posible si el pueblo se hubiera alineado en tropel detrás del líder. No fue así y ahora algunos reconocen que una parte del electorado de CiU, quizá el más conservador, no está por la labor, por aventuras secesionistas, ni por consultas que pueden resultar muy costosas. No todos los convergentes militan en el pensamiento único y piensan que la independencia es felicidad y bienestar.
Después de ese costoso intento, ahora CiU queda en manos de los posibles compañeros de viaje. Si se apoya en ERC, que parece lo más probable, el coste del acuerdo puede ser muy alto y no sólo en términos económicos.
