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2013

Entra dentro de la tradición y la corrección el expresar por estas fechas los mejores deseos para el año que estrenamos, pero en estos momentos suena un tanto sarcástico el relacionar la prosperidad con el año 2013. Venimos de varios años tristes, negros, sufriendo un progresivo empobrecimiento de las condiciones de vida, deslizándonos por la pendiente de los recortes sucesivos que han laminado la sociedad del bienestar y nos han instalado en el malestar del paro, la disminución de salarios y una expecativas poco halagüeñas.
Todos los analistas económicos coinciden en señalar que 2013 tiene los números para ser un año duro, un ejercicio en el que la recesión o el estancamiento seguirá en buena parte de nuestro entorno. Los países motores no tienen la fuerza suficiente para tirar del conjunto y todo hace suponer que proseguirán las políticas de ajuste, especialmente en el sector público. Hasta la fecha la mayor cuota de sacrificio la ha pagado el sector privado, asimetría que tendrá que ir corrigiéndose.

Aquí pintan bastos. El cambio político se asienta en la incertidumbre, pero el cambio económico anuncia un importante redoble fiscal que aumentará la ya de por sí excesiva presión fiscal. No es ese un buen arranque para el nuevo año, pero es lo que hay y los gobernantes se verán forzados a una pedagogía intensa para vender esta mercancía.
Sin embargo, nos queda el consuelo de pensar que no hay mal que cien años dure y que tanto ajuste y asalto a nuestros bolsillos un día u otro tendrá que llegar a su fin. Porque, en verdad, la penitencia por nuestros anteriores pecados, si es que los hubo, está siendo realmente asfixiante.

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