Según datos del Eurostat, España tiene el triste honor de ser la indiscutible campeona comunitaria en el ranking del desempleo. El paro español afecta al 26,6 % de la población activa, y sólo la depauperada y hundida Grecia, con el 26,0 % , se acerca a nuestros insufribles guarismos. La media europea, incluyendo España, es del 11,8 %. Quiere ello decir, dejando poco margen para la duda, que España es quizá el enfermo que ofrece la peor cara de Europa. Uno de cada tres europeos que están en las colas del paro vive entre nosotros.
Desde que Zapatero apuntaba al pleno empleo, ciertamente como mensaje electoral, hasta ahora no ha mediado un gran trecho en cuanto a tiempo, pero el camino recorrido ha sido desastroso. En su día el leonés aseguró que su peor dato de empleo sería mejor que el mejor de Aznar y luego fueron cayendo el parado cuatro millones, el cinco y ahora vamos a por el seis. Es una carrera que ha perdido gas, pero la sangría no se ha logrado contener.
La realidad social y económica, que ofrece pocas perspectivas, hace que muchos emigrantes que vieron en España su particular tierra de promisión, se decidan a regresar a su tierra. Estar mal por estar mal, mejor en casa. De hecho, algunas líneas aéreas han eliminado vuelos a Sudamérica por la caída de visitan-
tes; antes venían llenos y ahora el problema es encontrar billete para volar al lugar de origen.
El paro muerde tan duro que muchos españoles, con especial mención a la gente preparada y con dominio de idiomas, deciden emigrar a otros países para intentar encontrar allí lo que no encuentran aquí: trabajo y perspectivas de futuro.
