Las rebajas forman ya parte de nuestro paisaje habitual, son una nota más de lo cotidiano. Esa ceremonia mercantil, que estaba fuertemente relacionada con el calendario y que se circunscribía a unas fechas regladas, ha perdido parte de su magia, entre otras razones porque la liberalización comercial se va abriendo paso. Ahora se vive en una permanente campaña de rebajas. Están a la orden del día las promociones más variadas, las liquidaciones por cierre de negocios o la venta de excedentes a través de “outlets”, un extranjerismo que ya es de dominio común.
Dicen los comerciantes que la campaña de Navidad fue tristona, mala en ventas, y confían que las presentes rebajas ayuden a compensar el descosido. Han anunciado descuentos agresivos, en plan de rebajas libres, para activar un consumo temeroso y laminado por la penuria económica, por unos bolsillos vacíos que buscan con lupa gangas y las mejores ofertas.
Técnicos y asociaciones de comerciantes estiman que el gasto medio de los catalanes se situará en una cifra alrededor de los 100 euros por persona, una cantidad que permitiría salvar los muebles, aliviar las estanterías y asegurar el pago a los proveedores. Hay muchos días para hacer caja, pero la suerte de la campaña va a decidirse en este fin de semana, especialmente el domingo.
Con la crisis se rebaja casi todo, salarios incluidos, pero muchos servicios se muestran insensibles y van replicando la inflación. Así que es posible que esta temporada se venda algo más, que hay mucho consumo reprimido, y se recaude algo menos. Consecuencias del tiempo dominante.
