Buena parte de los más importantes medios de comunicación españoles no han dejado pasar la oportunidad de dedicar espacios preferentes y comentarios, con mensaje suficientemente explícitos, a la reina de Holanda, que al cumplir los 75 años ha decidido ceder el trono a su hijo que cuenta 45 años. Es un buen momento, dicen los tulipanes, para tomar distancia y pasar la responsabilidad a manos de una nueva generación sobradamente preparada para llevar el peso de la corona.
Han destacado los periódicos el mensaje subrayando de forma casi obscena el paralelismo entre Holanda y España, entre el ejemplo de la renuncia de la reina Beatriz y lo que en realidad podría esperarse de Juan Carlos, con edad de jubilado y con la osamenta maltrecha. Curiosamente esa pasión abdicacionista es el punto de vista de la mayoría social no monárquica, de los que creen que el ciclo juancarlista ya está amortizado.
Los monárquicos a machamartillo, pocos pero militantes, entienden que esa decisión le corresponde al rey y que la tradición indica que los reyes se mueren en el puesto. Muerto el Rey, Viva otro Rey, el sucesor. Y quienes proclaman que es mejor que las cosas sigan su curso recuerdan que la fuerte erosión del prestigio de la Corona, y por extensión de la familia real, aconsejan prudencia, la máxima teresiana de no efectuar cambios en momentos convulsos.
Así que Felipe seguirá siendo el príncipe heredero, el rey adjunto, el destinado a la máxima magistratura. El relevo no está escrito y los pasivos que va sumando la institución son muy elevados y difíciles de sobrellevar. Eso también forma parte de la herencia.
