Son los empresarios gente pragmática, y más si son catalanes.El negocio es el negocio y, más allá de las raíces, procedencias e ideologías, casi todos los líderes empresariales presumen de llevarse bien con el poder de turno, sea el que sea. Por eso, en determinados momentos, como el actual, sus pronunciamientos, siempre muy calculados, saltan a los medios. No es fácil el escapismo.
En los momentos en que se renegociaba el Estatut, el que llevó adelante el tripartito, o más tarde cuando el pacto fiscal se convirtió en bandera política frente al Estado y la financiación autonómica, claramente discriminatoria, las figuras más señeras de la clase empresarial catalana no dudaron unir su voz y participar de un frente social que quería dejar atrás las consecuencias del café para todos.
Pero en la nueva etapa, la intensificación de la deriva soberanista, las discrepancias empiezan a cobrar carta de naturaleza. La unanimidad ha desaparecido y el abanico de opiniones empieza a ser notable. Primero se descolgó José Manuel Lara y luego fue Piqué el que mostró su disconformidad con la hoja de ruta del Govern de Artur Mas. Y hace unas semanas el presidente de Fomento, Gay de Montellá, insistía en la negociación del pacto fiscal como alternativa al soberanismo y el choque de trenes.
Y los presidentes de La Caixa y Banc Sabadell han repetido el mismo mensaje: diálogo dentro de la ley. Ambas entidades son las más representativas de Catalunya y tienen aquí su sede social, pero la mayor parte de su negocio está fuera. La crisis es el primer reto, y todo lo demás puede esperar y negociarse. Ese es el mensaje.
