Los papeles de Bárcenas tienen toda la pinta de ser un arma de enorme capacidad disuasoria. Su contenido, de no ser un montaje, no es nada críptico y ha escandalizado a una ciudadanía harta de los privilegios, abusos y choriceo de los cargos públicos para enriquecerse. Y mientras se suman escándalos, las cúpulas de los partidos continúan enrocadas tratando de salvar a los suyos de la quema y acosando a los de enfrente. Casi nadie cree a nadie, y la desafección hacia los políticos sigue creciendo.
Tanto los medios como la mayoría de la sociedad han forzado a Mariano Rajoy, amante se sentarse a esperar, a efectuar una solemne declaración pública en la que niega todo, especialmente se muestra rotundo al afirmar que nunca cobró en negro. Se trata de un descargo personal que intenta despejar dudas sobre su comportamiento y ética personal. Pero es evidente que con esto no basta, ni con la divulgación de su declaración de renta, que por definición no incluye ingresos en “b”. El lío es monumental.
El problema más serio es la creciente pérdida de credibilidad del presidente Rajoy. La decepción le acompaña y nadie olvida que ha incumplido muchos compromisos electorales en muy poco tiempo. Por eso se desconfía de la palabra de Rajoy y de la de sus secuaces. Es un desgaste brutal.
Se ha enterrado, o así parece, la esperanza, y el sistema está en grave peligro. Los que están en el poder pierden apoyos, pero los que están en la oposición, padres de la situación y responsables de buena parte de los escombros actuales, no despiertan ningún entusiasmo. Eso no se arregla con declaraciones de inocencia.
