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Decorado

La educación sentimental de muchos de nosotros está asociada a los comercios de toda la vida, calor y color a la geografía urbana. Pero de un tiempo a esta parte, muchas tiendas de larga trayectoria y con fuerte carga ciudadana, van desapareciendo, en la mayoría de ocasiones por razones económicas y también por problemas de sucesión. Ese fenómeno empobrece nuestro paisaje y nuestra propia civilización y las bases de nuestra cultura.
Comercios de siempre claudican ante el empuje arrollador e imparable de las grandes superficies y dejan un vacío que es cubierto por un sinnúmero de franquicias clónicas, que desplazan a los cafés de siempre. Y no digamos del papel que van asumiendo los restaurantes de comida rápida, esos que algunos califican despectivamente de comida basura. Se transforma radicalmente el paisaje urbano, y con ello nuestra forma de vivir, de consumir, trabajar y morir. Toda una mutación de costumbres, tradiciones y valores.

Esas tiendas que cuelgan el cartel de cierre por liquidación del negocio o por jubilación de los propietarios, que hoy son harto frecuentes, transmiten muy a su pesar un mensaje descorazonador de falta de futuro, de quiebra de confianza, que acaba por influir muy negativamente en el ánimo colectivo y destruye el espíritu de ciudad, ese que se fundamenta en el intercambio de ideas y cosas.
Pero la vida económica, al menos eso dicen los que presumen de entendidos, se recrea en grandes centros comerciales en los que están todas las franquicias, hamburgueserías y cines multisalas con olor a maíz frito y otras delicadezas. Es el decorado de la modernidad.

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