Cuando Europa entera estaba pendiente de las posibles dimisiones que se pudiesen decidir en la política española, el mundo se ha visto sorprendido por el anuncio del papa Benedicto XVI de renunciar a su pontificado por motivos de salud y de edad. Los historiadores resaltan que nadie había tomado una decisión así en seis siglos. Con 85 años, Ratzinger ha demostrado una asombrosa lucidez en el diagnóstico de sus posibilidades: ‘He de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado’. Claro y rotundo. Enfiló la puerta de la coherencia. Hace mucho tiempo (a este paso habrán de pasar siglos) que ningún representante público de este país sigue ese camino, a pesar de que a la gran mayoría de ellos le sobrarían razones para hacerlo. No por salud, tampoco por edad, simplemente por su ‘incapacidad para ejercer bien el ministerio encomendado’.
