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Viejos

Hoy día, el cumplir años supone una interrogación sobre el porvenir de la persona por la escasa economía que acompaña al hecho y por la forma en que se ha invertido la idea de la utilización de los recursos ganados a lo largo de la vida. Antes, en todas las familias se promocionaba el ahorro ‘para el día de mañana’. Incluso al nacer una criatura, se le abría una cartilla para que ella misma fuese ingresando las pequeñas cantidades. Siempre y después, ahorrar para la vejez. Esa era la consigna paternal. También se ahorraba por si en un momento dado se presentaba una emergencia a la que había que hacer frente.
Pero de golpe y porrazo la palabra ‘ahorro’ quedó erradicada del lenguaje popular y familiar. Hasta las instituciones que en ella se basaban la borraron de sus denominaciones. Se abrieron de par en par las puertas del consumo irracional y se proclamó la felicidad que éste proporcionaba, mientras los cantos de sirena incitaban a la deuda que hipotecaba la vida confiada a un papá estado de bienestar universal, que cubría cualquier exceso. Estado que se agotaba por el abuso, el robo y la malversación llevada a cabo por los responsables de salvaguardar la historia, el progreso y los avances sociales, que tanto sacrificio costó lograr. Hoy los viejos se encuentran a merced de su desvalimiento, sin el reconocimiento y sin la dignidad humana que se merecen.

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