Eurostat, la fuente estadística europea, ha confirmado que tanto la zona euro como el conjunto de la UE siguen ancladas en la recesión durante el último trimestre del pasado año, con una contracción del 0.6%. La locomotora alemana pierde fuelle a ojos vista y Francia, el segundo motor, está en números rojos, con la economía estancada y sin horizontes de cuadrar sus cuentas. Los otros grandes, como Italia y España, siguen con graves problemas.
La evolución de las economías europeas es peor de lo esperado y los ajustes no dejan margen para expansionar el consumo y con ello cae la recaudación fiscal. Es un círculo vicioso lastrado por los efectos de la austeridad, una realidad que a corto plazo afecta seriamente a las posibilidades de recuperación, lo que probablemente obligará a reorientar la política económica en un año en el que Angela Merkel se enfrenta a una campaña electoral que no va a ser un paseo.
Y otro tema que inquieta es la fortaleza del euro respecto a otras divisas. Mientras muchos países mantienen cambios artificialmente bajos para favorecer su comercio exterior, Europa sostiene un cambio que perjudica sus posibilidades de exportación, precisamente una de las válvulas de escape para dinamizar la actividad.
España sigue con el pulso bajo, pero al menos el Eurostat señala que ha evolucionado mejor de lo esperado. Los datos sobre el frenazo de Europa no dejan de ser un jarro de agua fría en un momento en que parecía que el clima incorporaba algunas perspectivas menos pesimistas, como si la salida de la crisis fuera un horizonte próximo. La recesión, desgraciadamente, sigue instalada en Europa.
