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Los economistas de cabecera de Europa han decidido aplicar una medicina de choque, con dosis de caballo, para combatir el desmadre chipriota. Las cuentas corrientes bancarias han dejado de ser inviolables y pasan a ser carne apta para el apretón fiscal. Todo ello sucede después de que el minúsculo país, dividido en dos mitades enfrentadas entre sí, comunicara que no tenía capacidad para garantizar los depósitos. Eso era el principio del final.
Se trata de la crónica de un rescate largamente anunciado, ya que la caída de Grecia y la quita impuesta a los bonos griegos, la inversión mayoritaria de la banca chipriota, no tenía otra salida que la insolvencia o aceptar el trágala. Los analistas opinan que es cirugía menor, no en vano Chipre es algo más que nada, el 0,2 % de la economía comunitaria. La crisis chipriota no tiene carácter sistémico, pero de momento ha caído el euro, ha aumentado la prima de riesgo y las cotizaciones bursátiles han recibido un duro varapalo. No está nada mal para no ser nada.

España está pagando sus propios problemas y también las tribulaciones ajenas. Los efectos colaterales de la crisis chipriota van a ser importantes. En un mundo globalizado las aristas de los desastres tienen largo alcance, y ya se dice que los principales afectados por la crisis bancaria chipriota van a ser los capitales rusos depositados en la isla.
Ya se insiste en que el caso Chipre no es extrapolable a otros países, pero conviene recordar que el Eurogrupo no ha respetado la garantía de los depósitos bancarios, conforme determina la legislación común. Un mal precedente que tiene en vilo a muchos, especialmente a los enfermos del Sur.

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