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Asfixia

No hay duda de que Artur Mas se encuentra en medio de una tempestad político-económica de intensa magnitud, que dificulta hasta límites extremos la gobernación. Se suman una serie de problemas difíciles de solventar, una coyuntura negra con la que hay que convivir, pero que pone en cuestión las conquistas sociales del pasado inmediato. Como telón de fondo, se sufre una crisis económica sin precedentes, con el añadido de un conflicto político de grandes proporciones, con el derecho a decidir y la opción de soberanismo radical que introduce una perceptible fractura social.
La necesidad obliga y con una deuda de la Generalitat que supera los 50.000 millones de euros no hay demasiado margen para la fantasía ni para el tacticismo político. Elucubrar sobre futuribles, ciertamente nada fáciles, mientras se deben cientos de millones a las farmacias, a las escuelas, a residencias, y se repiten recortes y ajustes de todo tipo, es soñar con nubes de colores.

Pasada la fiebre de meses atrás, se está abriendo camino un nueva etapa en la que se aboga por el diálogo, por la búsqueda de acuerdos, por la conllevancia. La asfixia financiera es insoportable y hay que bajar a la arena y hacer frente a lo que el propio presidente ha definido como “emergencia nacional”. Está en juego salvar lo que se pueda del Estado de Bienestar, que no es poco.
Hay que intentar flexibilizar el objetivo de déficit para mantener la respiración asistida y para salvar al soldado Mas. El diálogo es casi la única arma única de que se dispone para superar la parálisis y el desánimo que se extiende por doquier.

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