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Recaudar

Cristóbal Montoro es, por méritos propios, uno de los ministros más controvertidos. Es evidente que la misión del titular de Hacienda, que consiste en recaudar y ajustar los gastos a la baja para reducir los desequilibrios presupuestarios, es ingrata y no despierta especiales simpatías. El látigo fiscal arrastra además el pecado nada original de haber violado sistemáticamente el compromiso electoral con el que su partido concurrió a las elecciones.
El ministro tiene en su hoja de servicios el haber convertido España en uno de los países con impuestos más elevados, pero con menos recaudación de la  Unión Europea. La lucha contra el fraude es uno de sus grandes retos y no duda en amenazar a diestro y siniestro. Asegura que publicará la lista de los grandes defraudadores, un destape que podría ser una de las grandes novedades del año. Luego la emprende contra actrices y actores que pagan sus impuestos en otros países, y advierte a periodistas críticos y partidos de problemas con el fisco.

No es una estrategia demasiado presentable la de amenazar y no dar, la de sembrar la sospecha sobre los discrepantes, la de olvidarse de las promesas, o la de cambiar de opinión cuando los intereses políticos se convierten en el eje de su acción. El duro Montoro es una mezcla de profesor metido a político con colmillos retorcidos, una combinación un tanto explosiva.
Su penúltima iniciativa ha sido una tasa al ahorro, una medida que coincide con la crisis chipriota. Un ejemplo de inoportunidad y una muestra de la necesidad de recaudar a cualquier precio, incluido el de incrementar el desánimo de una sociedad esquilmada.

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