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Brecha

Uno de los efectos perversos de la crisis es la creciente brecha entre el norte y el sur, que suele corresponder a las regiones ricas y las pobres, al menos en el hemisferio norte. La Europa de los países del norte frente a la periferia enferma, tiene un reflejo a escala española. Así, mientras País Vasco, Madrid, Navarra y Catalunya han mejorado con respecto a la media en PIB por habitante desde 2008, en el otro extremo, Extremadura, Andalucía, Castilla-La Mancha y Murcia han perdido posiciones.
Se acentúa el estereotipo de un país con dos niveles, con regiones que disfrutan de renta superior en un 30% a las cifras medias, en tanto que las desfavorecidas tienen una renta personal 30 puntos por debajo del promedio del país. Una brecha que, contrariamente a lo que sucedía en momentos de bonanza, se ha agrandado considerablemente. La crisis del monocultivo del ladrillo, la pérdida de peso de las rentas salariales por el desempleo y la disminución de los fondos europeos dedicados al desarrollo regional, explican la pérdida de cohesión territorial.

En los últimos años se ha retrocedido en el proceso de convergencia territorial y de nivelación de rentas, y las regiones más atrasadas se muestran más vulnerables, con menos capacidad para hacer frente al ciclo depresivo que sufre la economía española. Y la penuria de los presupuestos públicos, con la consiguiente caída de subsidios, lastran todavía más a las regiones que dependen de esa adormidera.
La desigualdad, en todos los sentidos, se magnifica con la crisis y las dificultades. Los ajustes, ya se sabe, afectan en mayor grado a los más débiles, a los más expuestos.

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