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Travesía

La travesía del desierto del PSOE es un pedregoso camino para los conductores del pueblo elegido hasta la tierra prometida. Después de las últimas elecciones en las que el PSOE perdió muchas de las cuotas de poder de las que disfrutaba, los desánimos y las dudas se multiplican, y más cuando la creciente laminación de los populares no se corresponde, ni de largo, con la recuperación de las expectativas socialistas.
Hay coincidencia en señalar que las dificultades de liderazgo de Rubalcaba, elegido por una pequeña diferencia en el último congreso, no dan razón a quienes creían que el incombustible político socialista era la mejor opción para un relevo tranquilo. El cántabro tiene demostrada su capacidad para la intriga y la supervivencia y se suponía que sería capaz de controlar un partido en el que sobran las penas y hay poco que repartir. Por eso los conflictos, las ansias y las prisas por escribir el futuro se hacen cada vez más patentes.

Y los socialistas de la vieja guardia, los pragmáticos tardofelipistas, no tienen fácil la conducción del proyecto y darle un aire nuevo, mientras los postzapateristas no pierden la oportunidad de encabezar los movimientos sociales y provocar una especie de ruptura generacional. Lo viejo se resiste a desaparecer y lo nuevo no tiene fuerza suficiente para encumbrarse como seria alternativa de futuro.
Además, liquidar los vestigios del pasado es un imposible metafísico. Buena parte del pasado no puede borrarse. Esa es su memoria histórica. El problema nada fácil es alcanzar un  acuerdo sobre la sucesión de Pérez Rubalcaba, líder poco predispuesto a pasar a la condición de emérito.

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