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Antilíderes

Un tanto desconcertados están los analistas por la ausencia de liderazgo atribuido a Rajoy, situado en una longitud de onda similar a la de Hollande en lo que respecta a perfil, personalidad y carácter. Se trata de políticos esfinges, de antilíderes. Algunos dudan de si estamos ante los más simples de los hombres complejos o los más complejos de los hombres simples. Un académico francés ha dicho de Hollande, y lo mismo vale para Rajoy, que no suscita ni odio ni admiración, ni ningún sentimiento excesivo y apasionado y que, lejos de provocar la curiosidad y el interés, provoca más indiferencia que verdadera animosidad. Una descripción lapidaria.
Rajoy, un superviviente nato, un todo terreno, no acaba de convencer ni a sus propios, pero está ahí, dueño de sus silencios que en pocas ocasiones se traducen como inacción. Le gusta estar a verlas venir, es un político más reactivo que proactivo, un líder que se incomoda ante la prensa y que prefiere comunicarse a través de una pantalla de plasma, una actitud distante y plasta. Pero el presidente es así.

El político popular, al igual que sucede con el socialista francés, ha tenido que adaptar su programa a los tiempos de crisis, a lo que impone Bruselas y exige Merkel. No hay margen  para mucho más, pero la traición a lo prometido, más que interpretarse como muestra de pragmatismo, se asimila a la falta de convicciones y principios, como incapacidad para liderar un proyecto propio.
Los líderes son los que cambian las cosas, pero hoy la política cotiza a la baja y se ve superada por la antipolítica. Por eso sobreviven los antilíderes, los que a su manera encarnan la frustración colectiva.

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