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Derroche

Los más críticos con la gestión de Rajoy cuestionan su falta de coraje y de decisión para afrontar las reformas de más calado, en concreto que no haya optado por un serio adelgazamiento del sector público. Esa reforma pendiente es la madre de todas las reformas y sin ella todo el pretendido impulso reformista queda reducido a cambios cosméticos, un poco más que nada. El cambio  que permitiría rebajar el déficit estructural es ese, pero se trata de un trago fuerte que se retrasa, y existe el explicable temor de que si se  ejecuta se hará en la versión descafeinada.
Mirar hacia otra parte, en lugar de centrarse en uno de los mayores problemas de nuestra economía, tiene su explicación en términos de clientelismo, amiguismo, nepotismo, enchufismo, etc. Detrás de las más de 3.000 empresas públicas de utilidad discutible hay miles de empleos públicos prescindibles, pero esa es una cantera para que unos y otros prodiguen favores y conviertan la práctica política en algo así como en un botín.

En la Administración hay duplicidades y muchos ámbitos el sector público están sobredimensionados; pero cortar ese derroche requiere voluntad política y estar dispuesto a soportar presiones de todo tipo, incluídas las propias, las de aquellos que han hecho del cultivo de los dineros públicos su oficio y beneficio, y de la sonrojante utilización de subsidios y subvenciones, un mecanismo de captación populista de votos.
Y es que en plena crisis el sector público ha crecido, mientras que el sector privado se ha empobrecido a ojos vista. Unos devoran los impuestos y los otros muestran creciente incapacidad para pararlos.

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