La decisión de la Unión Europea de ayudar a los rebeldes sirios facilitándoles armas para que luchen contra la dictadura de Bachar el Asad repite fatalmente el error de EE.UU. cuando armó a los yihadistas afganos contra la URSS. Patrocinar a aquellos muyahidines, que luchaban contra el régimen socialista sostenido por la URSS, dio lugar al liderazgo de Bin Laden, al nacimiento de Al-Qaeda y a la eclosión de millones de fanáticos islamistas dispuestos a extender la yihad mundial. Hasta entonces la guerra santa sólo se había insinuado en Irán tras el empeño occidental de que el Ayatolá Jomeini tomara de poder en 1979 expulsando al sha Reza Pahlevi. Se consiguió que aquel dictador fuera sustituido por algo mucho peor, más fanático, medieval y sanguinario.
Además, es falso que la derrota soviética en Afganistán hiciera caer a la URSS, porque ya estaba hundiéndose. En este contexto, en 1990 Saddam Hussein invadió Kuwait creyendo que Occidente no respondería tras haberle hecho el favor de mantener diez años de guerra contra Irán para debilitar a los ayatolás. Más que querer apoderarse de su petróleo, la razón para provocar la caída de Saddam fue otro ‘bondadoso’ intento de crear una democracia iraquí occidentalizada que contagiara al resto del mundo árabe. No hubo contagio, ni democracia, sólo fracasadas primaveras árabes.
Y ahora armamos a otros yihadistas contra otro dictador. Volvemos a cometer los mismos errores, alimentamos a la bestia y pagaremos esta locura suicida.
