Los ciudadanos no pueden por menos que indignarse ante el rosario de historias relacionadas con el despilfarro. Algunas, aunque ello no sea una excusa, vienen de los años de euforia y excesos. Pero muchos despilfarros, más sangrantes, tienen su desarrollo en los años duros, período en el que los gobernantes seguían gastando a manos llenas mientras imponían una dura dieta a los gobernados en forma de más impuestos y menos renta disponible para las familias, amén del impacto dramático sobre el empleo.
Probablemente el famoso Plan E es el paradigma de la receta social-zapaterista frente a la crisis. El anterior ejecutivo destinó más de 12.000 millones de euros a una serie de obras municipales con el objetivo de impulsar la actividad y crear empleo. El Tribunal de Cuentas, al revisar el balance del Plan, concluye que supuso un despilfarro escandaloso y que sólo sirvió para crear pocos empleos, muy caros y de carácter temporal.
En la mayoría de casos fue gastar por gastar, sin tener en cuenta la necesidad de su ejecución. Se pusieron en marcha 56.000 proyectos y hoy, en muchos casos, quedan las ruinas e instalaciones imposibles de mantener. Los carteles del Plan E ya son historia, pero no así el coste que se transformó en más déficit, recortes posteriores y facturas por pagar.
Un balance tristísimo, un claro exponente del despilfarro y una muestra del alto precio que se paga por la ineficacia, especialmente cuando estas aventuras hay que pagarlas con más deuda, con dinero a préstamo y fuertes intereses. El Plan E no sumó, restó o, si se quiere, sólo sumó más déficit.