Dicen los economistas que el proceso de devaluación interna de nuestra economía, que significa disminución progresiva de los salarios reales, mejora la competitividad, la productividad y la capacidad exportadora. Las estadísticas ya revelan esa situación y los medios publican noticias que certifican ese cambio operado en muchos órdenes, por ejemplo, en el fútbol español que afronta la crisis potenciando la emigración de primeras figuras y de varios figurantes.
Casi totalidad de clubs tienen serias dificultades para cuadrar sus cuentas y arrastran deudas impagables que obligan a rebajar los costes de producción, las fichas, y a hacer caja con los jugadores más cotizados. El balance de esa política es la emigración de muchos futbolistas a mercados más solventes, e incluso a ligas exóticas de mercados emergentes y con recursos, como Rusia o China. Los móviles de esa diáspora van más allá del deseo de conocer otras culturas o idiomas.
Y la que presumía de forma un tanto arrogante de ser la liga de las estrellas corre el riesgo cierto de estrellarse, más allá del brillo del Barça y del Madrid, dos excepciones singulares que realmente comen aparte y que pueden pedir a la carta y no ajustarse al menú del día sin ningún extra. La mayoría han vivido de grandes patrocinadores, con las fallidas cajas en primera línea, y de la ubre televisiva, y ambos capítulos sufren recortes considerables.
Los gestores de la Liga Profesional han previsto una significativa rebaja de la masa salarial, una sugerencia que la mayoría está aplicando. No lo hacen por convicción, sino por necesidad perentoria. Eso o la desaparición.
