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Desconfianza

Un estudio de la Fundación BBVA sobre estilos de vida, valores y creencias, realizado tomando como base 15.000 encuestas a ciudadanos de 10 países miembros de la Unión Europea, aporta conclusiones un tanto curiosas. Somos tolerantes, familiares, poco religiosos y en general estamos bastante satisfechos con nuestras vidas. Y somos, junto a los franceses, los europeos con mayor nivel de desconfianza interpersonal.
Según ese informe, los españoles no creen que se pueda confiar en otras personas, exceptuando las que formen parte de su círculo más cercano de su círculo de familiares y amigos. Los sondeos confirman que somos desconfiados por naturaleza, que esa característica se ha forjado durante siglos y ha terminado por estar impresa en nuestro código genético. Eso de la confianza ciega, lo de poner las manos en el fuego por terceros, incluso por próximos, no se lleva entre nosotros.

Todas las encuestas corroboran, que tenemos una relación de desconfianza hacia las instituciones y, en particular, frente a los políticos. Hay demasiadas experiencias negativas sobre la actuación de gentes en las que depositamos la confianza, algo de ella, como para no estar escarmentados. Y más cuando se aprecia que no hay castigo social para los que traicionan el contrato social que les liga a los que les dieron apoyo.
La crisis no ha hecho más que exacerbar ese sentimiento de desconfianza en nuestra capacidad para salir adelante, un lastre que dificulta la salida de las dificultades. Para volver a crecer hay que confiar en el futuro. Nuestro acervo sociológico juega en  contra de los intereses de todos.

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