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Escenario

La comparecencia de Rajoy, que eligió formato y fecha de la sesión parlamentaria, se ajustó a lo que cabía esperar. Hubo discursos, cada uno en su papel, y de ahí a las merecidas vacaciones. Fue un trabajo de aliño, una breve huida que terminará una vez la vida política recobre el pulso normal. Los problemas de base no se han abordado y todo se resumen un paripé que inculpa a tesoreros infieles y fuera de control, una historia que no hace más que alejar a los políticos de la ciudadanía.
Han llegado las cosas a tal extremo que todas las encuestas reflejan la creciente pérdida de confianza de los ciudadanos en los partidos y en los líderes, una situación que está quebrando el bipartidismo y potenciando las expectativas electorales de partidos que meses atrás estaban cerca de ser extraparlamentarios. Ganan terreno sin concitar entusiasmo, se nutren del rechazo a los instalados.

A falta de respuestas y soluciones, los partidos juegan sus particulares estrategias. Los populares confían en que sus optimistas previsiones sobre la mejora de la situación económica se confirmen. Es una apuesta arriesgada, pero da la sensación de que no tienen otra y que deben apoyarse en ese asidero que no da muestras de solidez. Los informes del FMI y de otros organismos todavía recetan sufrimientos y ajustes varios, fatales auxilios electorales.
Y los socialistas tienen un filón en las secuelas del caso Bárcenas, en los rescoldos de Gürtel, en el aumento del paro y en los recortes; y, a pesar de ello, no levantan cabeza y tienen por delante una renovación que puede ser traumática o ilusionante. Una situación de riesgo.

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