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Agosto

Agosto es tradicionalmente un mes de sequía informativa y los medios viven en buena medida de material de la despensa. Probablemente por ello  es el gran momento de las serpientes de verano, esos culebrones polémicos que ganan espacio en tierra yerma, vacía, con  escasa competencia. Una vez cumplida su misión, siempre pasajera y fugaz, desaparecen del primer plano.
Se inició el mes de agosto con los estertores de la comparecencia de Rajoy, y el dramático accidente ferroviario del Alvia, amén de algún ingrediente menor. Las grandes cuestiones se han guardado en el congelador y los tertulianos han vivido durante muchos días de meterle el diente a un tema muy viejo: Gibraltar. De golpe, han desempolvado argumentos de manual para dar cuerpo a lo que parece una cortina de humo que despierta un interés fácilmente descriptible.

Las serpientes de verano no muerden, tan sólo entretienen la espera y generan un expectación controlada, de baja intensidad. De lo que se trata es de restar voltaje a las confrontaciones partidarias y acumular energías para un retorno que siempre se presume de caliente, y más en estos momentos convulsos. Pero como no hay certezas, y sí muchos temores, entra dentro de lo posible que esa carga de rebeldía se vaya disolviendo para colaborar a que los brotes verdes  no se marchiten.
Pero la sequía informativa también tiene sus ventajas. Las malas noticias también hacen vacaciones y parecen reservarse para la vuelta, para ese momento incierto en que la actividad tiene que recuperar el pulso y aumentar el alicaído ritmo marcado por la debilidad de la economía. Los optimistas sostienen que la recuperación, aunque débil, está a la vista.

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