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Turismo

El verano es por excelencia la gran temporada turística, esos meses en que el sector se juega el año y en el que cobra sentido lo de hacer el agosto. El turismo es una actividad que, contrariamente a los que insistían en los riesgos del monocultivo del sol, mantiene su vigor en la larga travesía de la recesión económica. Es más, el turismo español ha logrado mantener el tipo y se configura como uno de los escasos sectores que ha logrado salvarse del naufragio general, aunque también está pagando la factura de la crisis.
Y es que el turismo español, algo más que sol y playa, ha sabido mantener su competitividad y beneficiarse de la caída de los países ribereños del sur del Mediterráneo, que han sufrido las consecuencias de las conflictivas primaveras árabes. A muchos turistas les agradan las aventuras, pero la gran mayoría no quiere inseguridad. Ahora España puede recibir otra ayuda inesperada, la de la agitación turca, algo muy distinto a la pasión otomana.

Al decir de los expertos, lo que no acaba de funcionar es el turismo doméstico, la demanda interna. El cliente local está sumido en una larga crisis y ha reducido su consumo en restaurantes, cafeterías y locales de ocio nocturno durante todo el año. Y, por supuesto, también en vacaciones. Lo que en invierno es la fiambrera, en verano es la nevera portátil. La precariedad impone austeridad.
Los menores crecimientos de los mercados emisores tradicionales han sido compensados por espectaculares aumentos de los mercados emergentes, especialmente Rusia y los países nórdicos. El turismo ha sabido internacionalizarse, siempre fue su eje de desarrollo.

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