Prácticamente en todos los países hay corrupción, la diferencia está en la dimensión del problema. En España, al decir de los” rankings” sobre la materia, estamos colocados en un lugar ciertamente destacado. Hay corrupción porque, junto a los corrompidos, existe una legión de corruptores dispuestos a pescar en el río revuelto de las concesiones, obras públicas y todo tipo de ayudas, subvenciones y primas que dependen de decisiones discrecionales. Son casos que forman parte de la cara negra de la condición humana y del capitalismo concesional y subvencionado que ha echado raíces y no es fácil erradicarlo.
Hay corrupción porque hay mucho dinero negro en el mercado, fruto de la economía golfa y de tejemanejes diversos. Y la corrupción está enquistada porque los partidos políticos, máquinas de gastar, necesitan acopiar fonos de procedencia negra, pero nada desconocida. Basta con analizar los nombres de las grandes donaciones, firmas relacionadas con actividades muy concretas, para entender que existe una clara relación causa-efecto con el problema en cuestión.
Los grandes donantes reparten dinero a diestro y siniestro y riegan y abonan todo el campo. Esa cultura y esas formas de actuación son de sobras conocidas y ahora, dada la concatenación de escándalos, se ha disparado la alarma social, de tal forma que hay una amplia corriente de opinión favorable a la transparencia de las administraciones públicas, que a la postre gestionan cosas que son de todos.
Veremos lo que da de sí tan loable intento, porque es de temer que para algunos la transparencia es una mera cuestión de apariencias.
