Ha pasado ya un tiempo razonable para digerir el mazazo que ha supuesto la eliminación de Madrid como sede de los Juegos Olímpicos del 2020, pero los efectos de la resaca todavía son muy perceptibles. La decepción es directamente proporcional a las expectativas creadas, una borrachera optimista muy poco justificada. El aterrizaje en la dura realidad referida a España, con sus carencias y debilidades, ha pasado factura y se está traduciendo, especialmente en Madrid, en una depresión post-COI que debe superarse.
Múltiples son las causas que pueden haber afectado negativamente a la candidatura, algunas de ellas de corte conspiranoico. Los juicios más sensatos recuerdan las crisis que afectan a España: económica, política, institucional y territorial. La seguridad, económica y de todo tipo, que aportaba Japón eran una carta segura frente al potencial de problemas que sacudían la candidatura española. Así que la suerte estaba echada, y por tercera vez consecutiva.
Ahora ganan eco los que se plantean sus dudas sobre si hubiera beneficiado económicamente a Madrid la organización de los Juegos 2020. La rentabilidad directa es más que dudosa, si bien los efectos intangibles y a largo plazo podrían haber sido positivos. Y los efectos anímicos a corto plazo hubieran sido altamente beneficiosos.
Las reflexiones ‘corpore insepulto’ han servido para que el alcalde de Barcelona parezca decidido a enfriar la candidatura para los Juegos de Invierno de 2022. Las razones que han hundido a Madrid, la marca España, lastrarían también a Barcelona. Es otro de los efectos colaterales del fracaso de Madrid. Habrá que esperar a que mejore el clima y la imagen de España.
