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Conflicto

Para hacer frente a un conflicto enquistado son muchos los que recetan una solución dialogada, un pacto, un amplio acuerdo. Esa parece ser la esperanza de Mas y Rajoy, que se mantienen en posiciones diametralmente opuestas. Ya se han enseñado las cartas, y si el presidente del Gobierno sostiene que acepta el diálogo sin caducidad, pero desde el respeto al marco jurídico que a todos nos protege, el president Mas interpreta que recibe un no a una consulta irrenunciable. Es lo de siempre, pero con otras formas y otro calendario.
El diálogo es posible y casi con seguridad se va a escenificar, entre otras razones porque nadie quiere cargar con el sambenito de que se ha cerrado a hablar e intentar un acuerdo, pero la desconfianza y el escepticismo es manifiesto. Los ámbitos de negociación son muy estrechos. Rajoy está aprisionado por el cinturón de hierro de la legalidad y está sometido a vigilancia intensiva por muchos medios, y Mas no tiene fácil olvidar sus reivindicaciones y sus compromisos. Y si lo hace, se lo recuerdan de inmediato.

Madrid, el partido en el Gobierno, y el que anteriormente tuvo esa responsabilidad, decidió callar y ver, una política que contrasta con la escalada del independentismo catalán que casi no ha encontrado resistencias para ir ganando terreno. La  brecha se ha agrandado y cerrar heridas a estas alturas es posible, pero más complejo y problemático.
La estrategia de Mariano Rajoy es la espera, el no tener prisa.  A Artur Mas, en cambio, le agobia el paso del tiempo, las fechas marcadas. Las cartas están echadas y mientras unos tienen prisas para entrar al trapo, otros se limitan a barajar.

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