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Pillos de ayer y hoy

¿Recuerdan la época escolar y las angustias ante los exámenes? Siempre había en clase dos o tres maestros en el arte de copiar. Pura artesanía, y ante aquellas maravillosas manualidades yo me preguntaba si no les llevaría más tiempo elaborar esas piezas que estudiar el temario. Y había un código de honor sagrado en el colegio: nadie se podía chivar aunque hubiese visto a alguno copiando o manejando chuletas.
Digo todo esto porque se está imponiendo en algunas universidades españolas el obligar a los alumnos a firmar una llamada declaración de honestidad, por la que se comprometen a no usar de medios fraudulentos para aprobar. ¿Vale para algo ese compromiso? Lo dudo mucho.  Hoy en día los alumnos tienen muchas faciliades para hacer trampas en los exámenes con el uso de pinganillos, móviles y demás aparatos de última generación, convirtiendo en mera rutina al alcance del más lerdo lo que antes era artesanía pura, accesible únicamente para artistas de imaginación portentosa con la mente y la sangre muy frías. Hoy copiar en los exámenes lo puede hacer cualquiera y no tiene mérito alguno, y ni por asomo llegarán los copiadores a adquirir la aureola de bandidos que tenían en mi época. Nada ha cambiado en tantos años. Todos seguimos llevando un pillastre por dentro. Aunque a algunos se les note mucho más que a otros.

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