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Otoño

Hablar del tiempo es una vía de escape que utilizamos cuando no tenemos mucho de que hablar o cuando queremos sortear asuntos embarazosos. Pero lo cierto es que nos gusta hablar del tiempo y celebrar el paso de las estaciones. Cada temporada tiene su encanto y otoño es la temporada de las hojas caídas, un período envuelto en melancolía, la propia de unos días que van perdiendo luz. Otoño tiene su gracia: la belleza crepuscular.
El calendario nos dice que otoño es el tiempo de reencuentro con la actividad, la reapertura del curso, esos meses decisivos en los que se decide, para bien o para mal, el ejercicio. Verano tiene el componente turístico masivo que distorsiona las cosas, pero en otoño nos enfrentamos a una realidad incierta. El partido de la hipotética recuperación se juega ahora. Vivimos pendientes de la estadísticas de empleo, de la marcha de las exportaciones, del déficit público, de la prima de riesgo, de las cotizaciones bursátiles, de todos esos indicadores que miden la evolución del enfermo.

Otoño lleva aparejada la calificación de caliente, febril, agitada. Pero ese estereotipo habrá que someterlo a revisión. La recesión económica ha influido en el ánimo colectivo y, en lugar de favorecer la conflictividad, la reduce. El horno no está para bollos. Se prefiere un mal pacto a una ruptura de consecuencias conocidas, perder algo antes que perder todo.
Y este otoño será decisivo para confirmar si finalmente va a ser posible hablar de la salida de la recesión y si los frágiles brotes verdes logran echar raíces y sobreviven. Está en juego el 2014, un año que puede ser el del retorno al crecimiento.

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