Las deudas ahogan a las economías domésticas y a buena parte de los Estados. Años atrás las entidades financieras animaban a empresas y particulares a vivir a crédito. Y así se hinchó la burbuja inmobiliaria y las empresas de capital riesgo emprendieron negocios con apalancamientos poco racionales. El comportamiento público y privado fue muy similar, ambos vivían a crédito y al final se va imponiendo una dieta para pagar excesos anteriores.
Posiblemente coinciden varios tipos de crisis simultáneamente, pero la mayoría de países sufren una crisis de exceso de deuda, desajuste serio que puede mitigarse reduciendo la necesidad de pedir prestado. El problema es que algunos gobernantes pensaban, incluso siguen pensando, que el problema puede tratarse con más deuda. Es tanto como intentar cuidar el alcoholismo con dosis intensivas de vodka o apagar el fuego con más gasolina.
Aquí cuando se vio que la economía se desaceleraba y entraba en recesión, se impulsó el Plan E, que sólo sirvió para aumentar el déficit y paliar muy transitoriamente la escalada del paro. Esa política equivocada se ha traducido en la motosierra, en recortes que algunos entienden como una laminación de la sociedad del bienestar, cuando han sido los problemas de gestión de la crisis los que explican la triste situación que se vive.
Y ese es el campo en el que se enfrentan las soluciones de unos y otros, un problema que va más allá de las ideologías y que se ha convertido en un cementerio en el que van pasando a reposar los que han tenido responsabilidades de gobierno en los últimos años, sean del color que sean.
