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Libros

No es cierto que los políticos de este país sean ágrafos, antes al contrario, les gusta escribir, o que les escriban, libros. Si se trata de un período preelectoral, quienes buscan el apoyo de los electores se dedican a glosar, en obras de consumo claramente perecedero, su trayectoria personal y a vender sus promesas y planes de acción, que luego la realidad desmiente sin demasiado esfuerzo. Una vez alejados del gobierno, cuando están en la reserva más o menos activa, los políticos vuelven a escena y promocionan libros propios a modo de autocomplacencia, para iluminar a sus sucesores o como ejercicio de autocrítica, siempre interesada.
Han publicado libros en las últimas semanas los expresidentes González y Aznar y el  vertiginoso final político de Jose Luis Zapatero ya ha salido de la imprenta. A ellos hay que sumar el libro del periodista Fernando Ónega dedicado a Suárez, autor de sus más celebrados discursos; Suárez está en las sombras, con la memoria perdida por una cruel enfermedad. Y no son menos celebradas las reapariciones de Julio Anguita y la de Pedro Solbes, que explica lo que no hizo, lo que según él no le dejaron hacer.

Claro que esos libros no van a ser superventas. Los autores, o los que se los escriben, se ganan unos euros, dan munición  a sus forofos y comentan algunos pasajes de sus años en el primer plano. Además esas páginas sirven para justificar decisiones controvertidas y echar la culpa a los apuntadores. Difícilmente esos materiales son una ayuda para ilustrar la historia del pasado.
Esos libros no tienen demasiado público, y habrá que convenir que nuestros políticos no alcanzan la brillantez y mordacidad de un Churchill. Lo suyo son obras menores.

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