Opinió

Aquella huelga de autobuses

El día 2 de mayo de 1964, hace poco más de 50 años, los autobuses circulaban por Sabadell sin pasajeros. En algunos se veía una, dos mujeres, y se comentó que eran familiares de la policía.

Fue un éxito, los trabajadores andando, mirando con esperanza que aquella muestra de fuerza de la población ayudara a mejorar las terribles condiciones de vida, del trabajo, de los barrios, de la libertad de aquellos años de la Dictadura.

Días antes se distribuyeron miles de octavillas, invitando a no subir a los autobuses. El aumento del precio del billete sirvió de base para manifestar ese clamor de descontento. En los barrios por convicción, otros por no tener problemas, pero lo cierto es que los autobuses hicieron el recorrido sin pasajeros.

Y la policía se movilizó. Buscaban a los autores que provocaron la huelga; las octavillas distribuidas por toda la ciudad por diversas personas, algunas del PSUC, pero también de los movimientos cristianos de la JOC, de la UAC y de la ACO, se referían a la situación en los barrios, “suburbios llenos de polvo y barro, sin atenciones y la vergüenza de los transportes públicos”, “horarios laborales de 12, 14 o más horas”, según nos refleja Andreu Castells en su obra “Sabadell, informe de l’oposició”. Días antes se había iniciado la búsqueda de los autores, que culminó el día 2 de mayo, con unas 30 detenciones.

Yo conocía a un chico de la Creu Alta, con el que me había relacionado cuando las pintadas que realizamos por la huelga de tranvías de Barcelona, quiero recordar a mitad de los 50; pero mi detención y la de unas chicas de La Concòrdia fue por las denuncias de mossèn Josep Plandolit, rector de la Creu Alta. El vicario de esa parroquia, mossèn Tutusaus, que estaba vigilado por la policía, se reunía con un grupo de jóvenes de la JOC en una casa particular y, como las reuniones solían terminar tarde y mossèn Plandolit cerraba la rectoria a las 22h, el vicario dormía en mi casa y dejaba mi teléfono por si el párroco lo necesitaba. Las pesquisas llevaron al rector, que indicó a la policía el barrio de La Concordia y mi teléfono. Detuvieron a las dos chicas del piso de la Plaza de La Pau, donde se reunían, y a mí, entre otros.

También en esa redada fueron detenidos otros miembros de la ACO, como Pompili Avellaneda, Casimiro García, así como Julio Jurado, Joan Moles, Josep Soler y Álvaro García. No recuerdo otros nombres, pero en la noche que pasamos algunos en el Palacio de Justicia había también una persona mayor, dijo que era de Terrassa, y del Partido Comunista. Después supuse que era un tal Orobitg, y que tenía tanto miedo como nosotros.

En mi caso, el inspector García que estaba al frente de l policía local, se encontró con una situación extraña. Por mi cargo importante en la empresa de Construcciones Eléctricas que ocupaba, (la CES de Antoni Forrellad) tenía personalmente diversos contactos con la policía al facilitarle los trámites del carnet de identidad a los obreros de la empresa y les fue incómodo que me retuvieran en la Comisaría de Sabadell de la Rambla, en un pequeño sótano, con un solo ventanuco que daba a la acera de la calle San Pau. Alguno de los policías que me conocía me hizo subir a una sala donde expedían los pasaportes y allí estuve hasta la tarde, las detenciones se hicieron por la mañana; después fuimos trasladados a Barcelona en un furgón.

En la comisaría de Vía Laietana en Barcelona la cosa no fue tan bien. En mi caso, sólo amenazas y algún conato de maltrato, en otros los golpes fueron mayores, como en el caso de Pompili Avellaneda, que después sufrió grave secuelas.

A la salida del Palacio de Justicia, en el Passeig de Lluís Companys, esposados de dos en dos, tuvimos un gran recibimiento. Familiares y amigos estaban en la puerta y a mí, al ver a mi esposa, se me escaparon las lágrimas. Días después, en algunas iglesias de Sabadell, alentados por mossèn Joan Bagué, se denunciaron estos hechos.

En la Quinta Galería de la cárcel Modelo, fuimos confinados en celdas individuales, incomunicados. Para muchos presos era sorpresa ver que un “grupo de cristianos”, como se comentaba, fueran encarcelados. En la cárcel pude comunicarme con Casimiro y Pompili a través de los enlaces que el PSUC, bien organizado allí, nos facilitaba.

La estancia allí y las vejaciones sufridas fueron duras. Aunque yo, gracias a las gestiones de mi esposa en el Ayuntamiento con el alcalde Llonch, las de Forrellad, y ante todo las de un vecino, Joan Macià Mercadé, bien implicado con el Régimen y la Falange, salí pronto. Para los demás fue más difícil. Posiblemente cada uno de nosotros, los de aquella redada, tendrá su historia particular.

Ahora, 50 años después, cuando se lo refiero a mis nietos, les parece, a mí también, algo heroico. Entonces el miedo era mucho, pero les remarco: Lo malo – les digo – no es tener miedo, sino dejar de actuar por él. En nuestro caso nos daba impulso”.

“Aquel día de hace poco más de 50 años, los autobuses circulaban por Sabadell sin pasajeros”

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