Opinió

Tabaco

Hace unos años el puente aéreo Barcelona-Madrid disfrutaba de una demanda elevada que no ponía en cuestión el precio del servicio, gracias a la situación prácticamente monopolística. Pero desde que el AVE empezó a funcionar y ganar cuota de mercado, el negocio fue perdiendo gas y hoy se estima que está en pérdidas y que está obligado a reinventarse para seguir subsistiendo.

Algo similar está sucediendo con el tabaco, un sector sujeto a diversas fuerzas que minan su explotación. Los estancos, antaño una actividad segura, también sufren una caída de ventas y se han visto obligados a diversificar su oferta y algunos han optado por cerrar ante la falta de rentabilidad del negocio.

Se fuma menos, en parte por el éxito de las campañas antitabaco, y se vende menos tabaco por el creciente peso del contrabando. El aumento de la fiscalidad que penaliza al tabaco se hace notar y más en un momento en el que las rentas disponibles van a la baja. El tabaco que no tributa, el contrabandeado, supone más del 11% del consumo y su impacto sobre las cuentas públicas, en forma de impuestos no recaudados, supera los 700 millones de euros al año.

Los fumadores irredentos, los que no han acudido a los vaporizadores, están volcándose en las alternativas más baratas, en las marcas low cost y en la picadura para cigarrillos de liar. Vuelve la moda de nuestros abuelos, pero la crisis es una vuelta atrás. En cualquier caso los estancos, que venden menos de la mitad de cigarrillos que diez atrás, son víctimas de una tormenta perfecta, la que combina las campañas en favor de la salud y el prohicionismo activo, y la crisis que muerde a todos, pero a algunos con más fuerza.

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