Opinió

Más coherencia con el espíritu humano

Por sí misma, la ciudadanía adquirida, por el propio hecho de nacer y ser miembro de una comunidad organizada, nos obliga a plantearnos hacer algo y a implicarnos en los semejantes. En consecuencia, todos somos responsables, por la misma vivencia del individuo en la sociedad, de la alarmante cultura del desecho, especialmente entre personas jóvenes y viejos. Nuestra gran asignatura pendiente es que todavía no hemos aprendido a incluir a los excluidos en nuestro propio camino aventajado. Solemos andar demasiado ocupados en lo nuestro, con las expectativas de los codazos de unos contra otros, en lugar de activar el abrazo de unos sobre otros. La necedad es la epidemia del momento. No pasamos de ser figurones y altaneros, cuando en realidad los que han de ser intérpretes de los cambios económicos y sociales, políticos y culturales, son aquellos ciudadanos marginados, que han de convertirse en miembros de pleno derecho de nuestras comunidades.

Cada persona tiene que hacerse valer, y los excluidos han de ser los actores de sus personales vidas. Tienen que dejar de ser lo que son ahora, meros receptores pasivos de migajas, y poder alzar la voz, quizás a través de movimientos populares, para que les escuche ese mundo que nada en la abundancia y en el dispendio o malversación. El Secretario General de Naciones Unidas, Ban Ki-moon, dice que la pobreza, la enfermedad, el terrorismo, la discriminación y el cambio climático, se están cobrando un elevado precio. Ciertamente, cuesta entender que aún millones de seres humanos sigan padeciendo situaciones de explotación deplorables debido a su trabajo indecente y servil. Por mucho que se nos diga, la economía mundial continua siendo un terreno en el que no todos actúan en pie de igualdad.

Somos la incoherencia personificada. No pensamos como ciudadanos, ni tampoco sentimos como ciudadanos, ni actuamos como ciudadanos. El derecho y el deber de ciudadanía, que se había convertido en uno de los términos clave del debate político a partir de la década de 1990, también se ha corrompido, haciendo que lo público ya no sea en muchos países un espacio de intereses colectivos, lo que genera una cultura de conflictos de difícil cese, mas no imposible. De ahí, la importancia de afianzar una cultura integradora de convivencia y desarrollo colectivo, que hoy no es tal, basada en la tolerancia frente a la diferencia y en la solución negociada de problemas. Esta diversidad humana tiene que ser enriquecedora, y no excluyente, puesto que es nuestra mayor oportunidad de avance. Todos los seres humanos somos válidos para la creatividad, para la innovación de proyectos comunes, lo que hace falta también es una moral ciudadana para que esté presente el bien colectivo. Cada pueblo, lo mismo que cada ciudad, requiere y necesita de proyectos compartidos.

El verdadero ciudadano es aquel que solo predica con aquello que cultiva coordinadamente con otros y coherentemente consigo mismo. Por desdicha, aún debemos esforzarnos mucho más para que, tanto los líderes como las administraciones diversas, rindan cuentas con mayor rigor sobre el desempeño de sus funciones. Cuesta entender que los abundantes casos de corrupción, que apuntan al corazón de los diversos poderes del Estado estatal, autonómico y local, se eternicen en los juzgados sin apenas pasar nada. La justicia contra los poderosos, aparte de lenta, con lo cual ya es una injusticia, dista mucho de ser ejemplarizante.

El costo de estas incoherencias, no sólo se ha de medir en recursos que se malgastan o se roban, sino también en términos de daños morales a los más desfavorecidos. Hay quien se pregunta, con razón, cómo puede haberse producido este aluvión de corrupciones en España. Pues porque a las instituciones, u órganos de poder, acuden muchas veces personas que su acción nada tiene que ver con lo que se representa. Son personas sin escrúpulos, enfermos por la codicia, que para nada les importa derrochar recursos públicos. La falta de hospitales, escuelas, infraestructuras, se podrían haber previsto con ese dinero dilapidado, y que sin duda habría cambiado la suerte de tantas familias perjudicadas. Mientras que para las familias necesitadas no hay ayudas suficientes, sí hay financiación para partidos, sindicatos y demás gremios, y para colmo de males, aunque se financien ilegalmente todavía no está tipificado como delito en el Código Penal. Ancha es Castilla para algunos, para otros en cambio, no encuentran ni un nicho de heredad. Y es que poner el remiendo junto al agujero nunca es la mejor solución. Hay que ir a la raíz y meter la tijera para llegar a lo podrido. Todo es evitable, únicamente hay que querer hacerlo. Querer es poder.

“Mientras que para las familias necesitadas no hay ayudas suficientes, sí hay financiación para partidos, sindicatos y demás gremios”

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