Opinió

Límites y respeto

El Universo, en cada uno de nosotros, se “yoifica” (A. Watts), es decir, se vuelve consciente y piensa. El pensamiento de cada cual es distinto en profundidad, cantidad, cualidad, complejidad, acierto, lucidez… eso está claro. Según Mihaly Csikszentmihalyi, “la conciencia envuelve a la Tierra completamente, como una atmósfera”, y T. de Chardin se refirió a ella como la noosfera. Es absurdo pretender que todo el mundo piense igual o que tenga las mismas capacidades. Aquí la democracia no funciona, y la evidencia es que hay tipos inteligentes y tontos del bote. La historia es el despliegue de la conciencia colectiva, pues la realidad tiene carácter evolutivo, y cada época se caracteriza por su mentalidad y sus modas. Si un hombre del paleolítico apareciera en 2015 y le preguntáramos ¿quién es el hombre?, sin duda respondería que el hombre es él. Y estaría en lo cierto. Aunque es probable que nosotros lo viéramos más cerca del simio que del ser humano contemporáneo.

Hoy no es raro que asistamos a desajustes de grado de conciencia entre las distintas culturas, antaño aisladas en su espacio correspondiente, pero actualmente puestas en contacto como nunca. En nuestra civilización occidental heredera de la razón, la conciencia es individualista, egoica y, sobre todo, carente de sabiduría. Pero vivimos en un único planeta y si no logramos entendernos corremos serio peligro.

Lo sucedido con Charlie Hebdo es un crimen execrable y quede bien claro que nada justifica la violencia. Urge tomar medidas, pero también reflexionar. Por ejemplo: la libertad de expresión no es absoluta, la prueba es que el Código Penal tipifica los delitos que tienen que ver con ella. He ahí los límites. Tú traspasas esos límites y te cae encima el peso de la ley. Perfecto. Ahora bien: otra cosa es la buena convivencia. Si lo que quieres es convivir en paz con tu vecino, no parece acertado ejercer un imperialismo cultural, pues tu vecino pertenece a un colectivo que tiene puntos de vista diferentes y valores distintos -aunque a ti no te gusten- y lo más inteligente es no herir sensibilidades. He ahí el respeto. Si tú prefieres limitarte a los límites y no respetar -por la razón que sea- los valores ajenos, es muy probable que la convivencia no sea una maravilla. Eso es una perogrullada comodín, aplicable a cualquier relación entre personas que piensan diferente.

Escribe M. Ferguson que “si la sociedad humana tiene que evolucionar (sobrevivir), necesitamos ponernos a la altura de nuestros nuevos conocimientos” y esos conocimientos no sólo se refieren a los aspectos tecnológicos, sino que hay que integrar también todo lo que tiene que ver con el conocimiento del ser humano, lo cual supone colocar a las humanidades en el lugar que les corresponde. Porque el progreso no sólo son los artilugios digitales, sino muy especialmente el avance que supone la mejora del ser humano. Desgraciadamente nadie habla de eso. La “mejora del ser humano” suena tan raro como hablar de un cactus en el Polo Norte, lo cual corrobora que, además de carecer de sabiduría, nuestra civilización está actualmente atascada en un racionalismo caduco y excesivo, que cierra la puerta a lo ignoto y al misterio, reconocidos, no obstante, por la vanguardia de la ciencia.

Y olvidando, además, que el despliegue de la conciencia no se detiene (mítica, mágica, racional…) y que hoy se encamina hacia más allá de lo racional, lo cual no significa lo prerracional de nuestro pasado urobónico, ni tampoco la irracionalidad de los animales. Más allá de lo racional está lo trans-racional (F. Hegel, T. de Chardin, K. Wilber), pues los dominios superiores de la realidad no pueden ser comprendidos por nuestra pequeña razón, ya que están más allá de ella. La religión, la filosofía y la historia tienen algunas respuestas. Pero ¿quién se interesa por esas materias al lado de una flamante tableta de última generación?

Creemos que somos los más avanzados, pero nuestras reacciones, nuestros pensamientos en definitiva, a menudo no están a la altura y resultan tan anacrónicos como la peluca del Rey Sol. En el despliegue de la realidad el desorden y el caos preceden al orden que, a su vez, necesita de la disidencia o de cualquier otro foco de tensión para crear nuevas relaciones que, a su vez, crearán otro nuevo orden más elevado (estructuras disipativas de Prigogine). La propia cultura en contacto con otras culturas es un buen ejemplo de ese modo de funcionar. Y en ese contacto la integración es la clave. Y la integración -como asimismo el respeto- son categorías que no pertenecen a la tecnología, sino a las capacidades mentales y espirituales que nos hacen superiores a cualquier otro bicho viviente. Y ejercitarlas y desarrollarlas es cada vez más urgente, sobre todo estando el patio como está. Lo contrario nos hace retroceder a la ley de la selva. Con el móvil en la oreja o con la tableta de huellas digitales, pero en la selva de las bestias feroces.

“Si lo que quieres es convivir en paz con tu vecino, no parece acertado ejercer un imperialismo cultural”

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