Opinió

La difteria en los tiempos del MERS

En la segunda mitad del siglo XIX, la difteria era una pandemia mundial. Muchas décadas después, un niño de 6 años continúa luchando contra la muerte en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) del Hospital Vall d´Hebron. La causa de su enfermedad se llama difteria, una enfermedad infecciosa causada por una bacteria productora de una toxina que causa la afectación de las vías respiratorias. En sus cuadros avanzados puede dañar el corazón y el cerebro, provocando la muerte. La difteria es una enfermedad eliminada en España. Resulta que el quid de esta cuestión radica en lo que en medicina conocemos como inmunidad de grupo, es decir, muchas personas vacunadas individualmente contra dicha enfermedad consiguen un elevado nivel de inmunización colectivo en toda la población.

Se estima que este estado óptimo se consigue cuando el 90% de los niños y el 70% de los adultos han sido vacunados. Con unas cifras similares en todas las comunidades autónomas del estado español, entonces ¿cómo pudo infectarse el pequeño de Olot, en Girona? La respuesta es bien sencilla: porque sus padres decidieron no vacunarlo. Aunque todavía minoritario, el movimiento antivacunas sigue creciendo con sus creencias al margen de lo que la evidencia médica ha demostrado. A día de hoy, mientras el pequeño continúa en la UCI, los padres de otros 47 niños de Olot siguen rechazando dicha vacunación. Para que nos entendamos, si no se toman las medidas oportunas, el 1.5% de la población infantil de esta ciudad catalana estaría en riesgo de enfermar.

Me imagino que los que apoyan tan cuestionable decisión lo hacen basándose en diversas cuestiones. La primera la hacen extensible a todas las vacunas, a las que identifican de manera infundada como causantes del autismo o de la muerte súbita fetal. En realidad, la inmunización contra la difteria se consigue mediante una vacuna inactivada que contiene la toxina desprovista de su toxicidad. Una vez inyectada, no produce la enfermedad, sino que activa en el organismo una serie de defensas específicas contra la difteria. Algunas voces contrarias a la evidencia médica ha basado también su rechazo a esta vacuna en la escasa prevalencia de la difteria en nuestro entorno, y quizás en la existencia de tratamientos antibióticos eficaces contra la misma. En este último aspecto, la penicilina y la eritromicina han demostrado su utilidad, pero la terapia fundamental en estos casos sigue basándose en la administración de la toxina antidiftérica mediante inyección intramuscular o intravenosa.

En 1940, el cineasta alemán William Dieterle dirigió al incombustible Edward G. Robinson en un clásico nunca estrenado en España, aunque sí en Portugal bajo el título de “A ampola miraculosa”, sobre la vida del Doctor Paul Ehrlich (1854-1915), Premio Nobel de Medicina en 1908 por sus hallazgos en el campo de la inmunología, fundamentales en el descubrimiento posterior de un suero antidiftérico eficaz, que salvó la vida de millones de niños. En tiempos del MERS y del Ébola, que la medicina continúe avanzando, por favor.

“El movimiento antivacunas sigue creciendo con sus creencias al margen de lo que la evidencia médica ha demostrado”

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