Opinió

Hablar con libertad

Hay muchas formas de silenciar a quienes se tiene por súbditos. Una de las más eficaces es la de hacerles creer que no tienen nada valioso que decir. Si ellos creen que es así, nadie necesita taparles la boca. Hay una forma aún más condenable de silenciar a quien no tiene poder. Consiste en tenderle la trampa de invitarle a hablar y, cuando lo hace, machacarlo por hacerlo.
Otra forma es eliminar los canales de diálogo. Si no existe una estructura adecuada de participación (tiempos, espacios, canales…) no habrá forma de expresarse, aunque se tengan cosas importantes que decir.
En tercer lugar, resulta muy efectivo el desprecio de quien tiene poder hacia quienes desean expresarse. Por eso hace caso omiso de todas las opiniones de quienes desean cambiar o conseguir algo.
Hay una forma aún más condenable de silenciar a quien no tiene poder. Consiste en tenderle la trampa de invitarle a hablar y, cuando lo hace, machacarlo por hacerlo.
Allan Percy, especialista en coatching, escribió un libro “Pensar con los pies”, en el que recoge anécdotas de personalidades del mundo del fútbol. Cuenta que John Benjamin Toshack, en su etapa de entrenador del Deportivo de La Coruña, reunió un día a todos los jugadores en el campo y dijo:
-El equipo no va bien. Díganme lo que están pensando. Que alguien hable conmigo. Quiero saber lo que están pensando.
Como conocían su endemoniado temperamento, ninguno se atrevía a abrir la boca. Entonces Donato se adelantó y dijo:
-Mister, voy a hablar. Pienso que estamos un poco perdidos en defensa. No sabemos cuándo retroceder y cuándo avanzar.
Donato expuso su punto de vista para poder mejorar. Los compañeros asintieron y callaron. Entonces, Toshack comentó:
-Muy bien. A eso me refiero. Esa opinión es útil. Ya sé qué es lo que tenemos que trabajar en adelante.
Y Donato estuvo tres meses sin jugar. No uno, ni dos. Tres meses.
Los jugadores habían escarmentado en cabeza ajena. Silencio. Esa era la lección aprendida.
Solo hay un caso en el que resulta fácil hablar con el poder. Es el caso de la adulación, de la lisonja, de la zalamería. Cuando en una institución los aduladores prosperan y los críticos son perseguidos o están condenados al ostracismo, hay corrupción institucional.
Un empresario reúne a todos los trabajadores para celebrar una comida de hermandad. Durante los postres, se pone en pie y pronuncia un largo discurso. Al finalizar el mismo cuenta un chiste. Todos los trabajadores se ríen a grandes carcajadas. Todos menos uno, que se queda impasible. El empresario se dirige a él y le pregunta:
-¿A usted no le ha hecho gracia?
Y el trabajador contesta con aplomo:
-A mí me ha hecho exactamente la misma gracia que a todos los demás, pero es que yo me jubilo mañana.
Es preciso liberar la voz de los de abajo. Ellos mismos pueden hacerlo, aunque corran riesgos. Una cosa es hablar y otra hablar con libertad.

“Cuando en una institución los aduladores prosperan y los críticos son perseguidos o condenados al ostracismo, hay corrupción”.

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