Opinió

La cultura de la pobreza

En la década de los 60, el antropólogo americano, Oscar Lewis, presentó una teoría social a la que denominó “La cultura de la pobreza”.

Según Lewis, “la cultura de la pobreza constituye una respuesta racional a unas condiciones objetivas de impotencia y pobreza. Una vez surge, la cultura de la pobreza suele perpetuarse pasando de padres a hijos, con lo cual las nuevas generaciones no están psicológicamente preparadas para aprovechar todas las oportunidades de progreso que puedan aparecer en el transcurso de sus vidas”.

El entonces Presidente demócrata de los EE.UU., Lyndon Jonson, basó en estas consideraciones gran parte de su programa de erradicación de la pobreza conocida como Great Society.

No faltaron los detractores a las tesis de Lewis, argumentando que parecía culparse a los pobres de la reproducción de sus condiciones de vida. Lo cierto, es que tanto sociólogos como antropólogos han admitido que, con matices, las teorías de Lewis no van desencaminadas.

Y es precisamente esa subcultura y esos resortes de perpetuación generacional de la pobreza lo que se alienta y anima desde la izquierda radical, los comunistas de nuevo cuño representados por esa mezcla de ideologías izquierdistas y populistas que representa Podemos.

Aquellos que se llaman la voz de pueblo y de los trabajadores, cuyos líderes son la mayoría procedentes de las clases acomodadas, son conscientes de que su voto se alimenta de la desesperación, la pobreza y la falta de perspectivas de mejora de una parte de la población que ha sido duramente azotada por la crisis o que procede de sectores sociales donde la precariedad y la cultura del subsidio se ha hecho endémica.

Mantener esa bolsa de votantes supone a su vez mantener a todos ellos en la precariedad. Son conscientes de que la prosperidad es un enemigo para sus perspectivas de voto, y para evitarla la mejor forma de atajarla es desde la educación, allí donde el individuo se forma y crea sus expectativas laborales.

El primer paso es rebajar las perspectivas de la juventud, ahogar sus ambiciones personales. Para ello estigmatizan el esfuerzo y la excelencia y encaminan sus políticas en mantener a los jóvenes en un círculo paternalista donde se les inculca la idea de que ellos no han de esforzarse en conseguir nada, que el Estado les proveerá de todo aquello que necesiten.
Y para ello esta izquierda reaccionaria cultiva a conciencia el sentimiento más perverso enraizado en nuestra sociedad: la envidia, y como diría Fernández de Mora, la envidia igualitaria. Esa que hace desear el mal a aquel que nos ha superado, que ha prosperado y se ha enriquecido, aunque haya sido a base de sacrificio y esfuerzo.

Para satisfacer la envidia el precio es la involución cultural y económica, cuanto más odiemos la prosperidad de algunos más se frenará la marcha de una sociedad.

El progreso es el enemigo del envidioso, de aquel que, no es ya que desee tener lo que tiene el otro, sino que siendo consciente de que no está dispuesto a asumir el esfuerzo que conlleva llegar a esas metas, lo que exige es que el otro no lo tenga

Si yo no tengo lo que tiene mi vecino, hay que arrebatárselo, quiero que se iguale a mí en mis limitaciones. Esa es la idea del igualitarismo que los círculos de Podemos inyectan a los ciudadanos, junto con el virus del rencor de clases. Algo que parecía superado gracias al progreso, a las democracias modernas y al desarrollo del Estado del Bienestar.

Los populistas quieren que involucionemos, que nos conformemos con la mediocridad, que nos despreocupemos de nuestras ambiciones porque ellos nos proveerán de lo que, a su parecer, necesitamos.

Ellos lo harán como antes lo hizo Stalin, Mao o Castro. Nos harán iguales, igual de pobres, nos arrebatarán las libertades y los deseos. No hay novedad en sus programas políticos ni sus aptitudes. Es el cultivo del fracaso regado por subsidios exangües. Venezuela es el ejemplo más reciente.

En ese país de ciegos, ellos, elites encubiertas, casta con el puño en alto, serán los tuertos, aspirantes a la lista Forbes. Pero nosotros continuaremos en nuestro círculo de mediocridad, perpetuándonos en la cultura de la pobreza.

“Una vez surge, la cultura de la pobreza suele perpetuarse pasando de padres a hijos”

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