Opinió

Si la envidia fuera tiña

La envidia es la imagen especular invertida de la misericordia. Si la envidia es la tristeza por el bien ajeno, la misericordia es la tristeza por el mal ajeno. El envidioso sufre con la alegría de los demás. No soporta su éxito. Le tortura su felicidad. El envidioso vive atormentado por el bien del prójimo. Se hace mucho daño a sí mismo y piensa que, si destruye al otro, acabará su mal.
El órgano de la envidia son los ojos. Porque el envidioso no mira de frente, mira de reojo. Envidia procede del latín invideo, que significa mirar con recelo. A diferencia de la mirada de la interacción humana normal que es frontal (video).
El envidioso procura hacer odioso ante terceros al envidiado. Le calumnia, le denigra, trata de desprestigiarlo y de destruirlo. Le atribuye intenciones torcidas y explica sus éxitos por motivos espurios. El objetivo de la envida no es el bien que posee el envidiado sino el sujeto que los posee. Por eso es a él a quien quiere aniquilar con comentarios mordaces o con acciones destructivas. Si destruye a quien envidia, termina la causa que le hace sufrir.
Los envidiosos y envidiosas son muy desgraciados porque no solo viven sus propios males sino que ven como desgracias suyas los éxitos del prójimo. ¿No tienen bastante con su propio caudal de desgracia? Parece que no. Tienen en su actitud un componente masoquista, que les lleva a sufrir y otro sádico que les lleva a buscar el daño ajeno. Un tormento que no cesa.
El envidioso odia al envidiado por no poder ser como él, pero también se odia a sí mismo por ser como es. Y, desde luego, jamás reconocerá que es envidioso. Para Spinoza la envidia está teñida de odio porque la sola presencia o incluso el recuerdo del envidiado trae a la memoria del envidioso cuánto le falta.
Quevedo recuerda que “la envidia está flaca porque muerde y no come”. Las imágenes de la envidia se centran en la corrosión: la envida roe al otro y corroe al envidioso Y también en la consumición: le reconcome la envidia, se consume en la envidia, se muere de envidia, le come la envidia. Su color representativo es el amarillo: “El envidioso ve con una mirada obscena y oblicua, siente y se resiente, su mente está teñida no con el rojo de la ira, ni el verde de los celos, sino con el amarillo de los venenos: la envidia es amarilla”, dice Jorge Vigil Rubio en su libro “Diccionario razonado de vicios, pecados y enfermedades morales”.
En la dialéctica de la envidia hay una base de admiración. En el fondo, el envidioso admira al envidiado como Caín admiraba a Abel porque los frutos que cosechaba subían al cielo y los suyos no.
Quién no recuerda aquel viejo refrán de la lengua castellana: Si la envida fuera tiña, cuántos tiñosos habría. Hace referencia explícita por una parte a la extensa presencia de esta pasión (cuántos tiñosos habría) y por otra, implícita, a su carácter contagioso, ya que la tiña es una enfermedad de fácil propagación. Los hongos dermatofitos se contagian con rapidez y facilidad por el contacto directo con la piel enferma o a través de mascotas.
Todo se intensifica o se envenena más cuando el envidioso o el envidiado es el líder de la institución. Se complica porque si el líder es envidioso genera un clima tóxico de persecución y descalificación de los envidiados desde el poder y si es el envidiado se produce una estrategia de acoso y derribo.
Ojalá caigamos todos y todas en la cuenta de aquel sabio pensamiento de Séneca: “Nunca será feliz aquel al que atormenta la felicidad del otro”. Qué hermoso sería vivir como propios los éxitos de los colegas y celebrar su logro en la comunidad de pensamientos, intereses y emociones que es una escuela. Porque todos tenemos derecho a la felicidad. No solo el derecho: el derecho y la obligación.

“El envidioso admira al envidiado como Caín admiraba a Abel porque los frutos que cosechaba subían al cielo y los suyos no”

Comentaris
To Top