Opinió

Violencia en el ser humano y en la sociedad

Se está imponiendo la idea de que hemos inaugurado una nueva era geológica, el antropoceno, según el cual el gran meteoro rasante amenazador de la vida en el planeta es el mismo ser humano, que se ha vuelto el Satán de la Tierra a pesar de haber sido llamado a ser el cuidador del Jardín del Edén.

La existencia de la violencia, que no es raro encontrar bajo la forma de aterradora crueldad, representa un desafío para el entendimiento. Teólogos, filósofos, científicos y sábios no han encontrado hasta hoy una respuesta convincente.

Un notable pensador francés, que vivió muchos años en Estados Unidos y falleció en 2015, René Girard (1923-2015) parte de la tradición filosófico-psicoanalítica que afirma que el deseo es una de las fuerzas más estructuradoras del ser humano. Somos seres de deseo. Éste no conoce límites y desea la totalidad de los objetos. Por ser indeterminado, el ser humano no sabe cómo desear. Aprende a desear, imitando el deseo de los otros. Eso se ve claro en los niños. Por muchos juguetes que tenga un niño, lo que más quiere es el juguete de otro niño. Y ahí surge la rivalidad entre ellos. Uno quiere el juguete sólo para él, excluyendo al otro. Si otros niños entran en ese mimetismo, entonces se origina un conflicto de todos contra todos.

Este mecanismo, afirma Girard, es paradigmático de toda sociedad. La situación de rivalidad-exclusión se supera cuando todos se unen contra uno, haciéndolo chivo expiatorio. Se le culpa de querer el objeto sólo para sí. Al unirse contra él, olvidan la violencia entre ellos y conviven con un mínimo de paz.

En efecto, las sociedades viven creando chivos expiatorios. Los culpables son siempre los otros: el Estado, el PT, los políticos, la polícia, los corruptos, los pobres, etcétera. Es importante no olvidar que el chivo expiatorio solamente oculta la violencia social, ya que todos continúan rivalizando entre sí. Por eso, la sociedad goza de un equilibrio frágil. Cada cierto tiempo, con o sin chivo expiatorio explícito, la violencia se manifiesta especialmente en aquellos que se sienten perjudicados y buscan compensaciones.

Lo expresó bien Rubem Fonseca en su libro El Cobrador. Un joven de clase media empobrecida, empujado por las circunstancias, practica actos ilícitos. Se siente robado por la sociedad dominante y confiesa: «Me están debiendo colegio, sándwich de mortadela en el bar, helado, pelota de fútbol… me están debiendo una chica de veinte años, llena de dientes y perfume. Siempre tuve una misión y no lo sabía. Ahora sé… sé que si todo jodido hiciese como yo, el mundo sería mejor y más justo».

Aquí se busca una solución individual a un problema social. En la medida en que permanece individual no da mucho miedo. Por el contrario, los principales causantes de la violencia estrutural son las clases dominantes que acumulan para sí, a costa del empobrecimiento de los otros. Cuanto más duramente se aplican las leyes contra los empobrecidos, más seguras se sienten. De esta manera consiguen ocultar el hecho de que son ellas las principales causantes de la situación de violencia permanente que el empobrecimiento implica.

Vivimos en un tipo de sociedad cuyo eje estructurador es la magnificación del consumo individualista. La publicidad enfatiza que alguien es más cuando consume un producto exclusivo que los demás no tienen. Se suscita un deseo mimético de apoderarse del bien del otro. Esta lógica perpetúa la violencia.

Pero el deseo no es sólo competitivo. Puede ser cooperativo y unirse todos para compartir el mismo objeto. De competidores pasan a ser aliados. Tal propósito genera otro tipo de sociedad, más cooperativa que competitiva y una democracia participativa. Aquí Girard propone una educación que no imita al opresor, sino que se hace libre y enseña a no crear chivos expiatorios y a asumir la tarea de la construcción de una sociedad más igualitaria y justa. Entonces sí habrá más paz que violencia.
“Las sociedades viven creando chivos expiatorios; los culpables son siempre los otros: el Estado, los políticos, la polícia, los corruptos, los pobres, etc.”

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