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No es político y dice lo que piensa

Cuenta Michael Ignatieff en sus memorias políticas -“Fuego y Cenizas” (2014)- que, al ingresar en el organigrama de la política, tuvo que renunciar a decir lo que pensaba. Y cuenta Kapuscinski que tomaba notas en sus entrevistas porque los políticos “hablan de otra manera, perdiendo la naturalidad y originalidad de su lengua, que se vuelve formal, artificial, forzada”.
Lo mismo, corregido y aumentado, se puede decir de nuestros políticos con la agravante de que, en general, son incultos a más no poder.
Todo lo contrario pasa con el presidente Trump. Dice barbaridades y hasta falsedades, pero dice lo que piensa.
Estados Unidos es Nueva York, Chicago, Los Ángeles y San Francisco, donde viven las grandes minorías, pero también es la población de en medio, que está formada por una clase media muy castigada por la recesión.
Ann Marie Bossard, dueña del Anthracite en Wilkes-Barre (Pennsylvania), que aparece fotografiada en la página 3 de “La Vanguardia” de 21/01/2018, declara al periodista: “Estaba harta del más de lo mismo. Él (Trump) dice palabras que no me gustan, pero no es un político. Los hombres de negocios hablan así”. Igual opina Frank Sartorio, dueño de una barbería situada en la misma calle que el Anthracite: “No es político y esto es lo que queríamos”.

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