Tras haber pasado por un calvario provocado por la pérdida de sus empleos y la quiebra de su negocio, los esfuerzos de María y de su marido Andrés Ucendo se centran ahora en evitar que los padres de ella sean desahuciados.
«Nuestra única preocupación ahora es que mis suegros, de 78 y 79 años, no se queden en la calle y pierdan la casa en la que viven desde 1951 y que está pagada desde 1963», asegura Andrés. Sus suegros les avalaron cuando decidieron rehipotecar su vivienda para utilizar una pequeña parte del dinero en la apertura de un bar musical.