Las grandes redadas, esas operaciones que afectan a múltiples personas de diversos lugares, siempre tienen un tufo oportunista, aunque nadie discute que sean oportunas. Detrás de ese ataque a la mafia china, en la que se han lanzado 110 órdenes de detención, hay un largo trabajo policial y una paciente acumulación de pruebas. Luego el momento de la puesta en escena está en función de intereses a veces poco confesables. Pero dar un golpe a ese comercio tramposo es una buena noticia.
Esta red desarticulada está acusada de un amplio catálogo de delitos, la mayoría de naturaleza económica. Se han incautado grandes cantidades de dinero en metálico, se han blanqueado miles de millones de euros, se han falseado importaciones, se ha burlado el pago de impuestos y con todo ello se han destruido miles de puestos de trabajo en España y se ha estimulado la competencia desleal. Todo ello con la colaboración interesada de españoles que de una forma u otra se han beneficiado de ese comercio ilícito.
Cabe suponer que todo lo ocurrido no habrá sorprendido en demasía a la ciudadanía, que en su mayoría imaginaba que detrás de esa tupida y creciente malla de tiendas y bazares chinos había sudor, lágrimas, extorsión e irregularidades sin cuento. Era un territorio opaco en el que la autoridad no parecía interesada en penetrar a pesar del daño que esas actividades suponen para la sociedad.
Los territorios mafiosos dañan seriamente la moral colectiva y causan graves perjuicios si no se extirpa el mal. Un grupo de gentes sin escrúpulos se llevaban el dinero crudo, en furgones y barcos, como si esto fuera Jauja, que quizá lo es.
